De colores, con espuma de detergentes y malos olores bajan las corrientes de agua del río Michatoya, que nace en el lago de Amatitlán.
El Michatoya está agonizando con toda la contaminación que recibe de los desechos de múltiples empresas a lo largo de su trayecto, que lo han convertido en su desagüe.
Cada vez el acceso al vital líquido de calidad se pierde más, y este afluente parece tener el mismo destino, sin que ninguna autoridad ponga cartas en el asunto.

El Ministerio de Ambiente, a través de sus supervisores de campo, se limita a verificar que las empresas tengan plantas de tratamiento, pero no llega al fondo del problema.
De igual forma, las municipalidades por donde pasa este río —siendo Palín, en Escuintla, la primera de ellas, y también Guanagazapa— no muestran acciones efectivas.
Ni qué decir de la PDH, que ha quedado más que evidenciada por velar más por los pandilleros que por los recursos naturales, mientras que la Procuraduría General de la Nación ni se ve ni se escucha en Escuintla.
De no proteger este valioso recurso natural, estamos condenados a padecer la escasez del vital líquido en el futuro. Urgen acciones inmediatas.
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